Miguel Ángel D’Acosta Balbín es maestro de Educación Primaria y Especial en el Colegio Calderón de la Barca (Sevilla) y, a continuación, reflexiona acerca de la necesidad de normalizar las comunidades de aprendizaje y como éste modelo abre el camino a la inclusión.
La cualidad particular e irrepetible de todas y cada una de las personas de una sociedad establece el origen de la diversidad. Sin embargo, esta idea no se encuentra por escrito hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Si continuamos leyendo, descubrimos el reconocimiento al derecho a la educación y lo que es más importante aún con independencia de su cultura o país entre otros. De igual forma, el tratamiento a la diversidad en el entorno escolar a lo largo de la historia ha ido variando hasta llegar a lo que hoy entendemos por inclusión, concepto que no hay que confundir con integración.
Comunidades de aprendizaje para la inclusión
La inclusión habla de que todos los alumnos son parte de un mismo grupo diverso (en el que cada uno requiere una respuesta educativa diferente), mientras que la integración significa aceptar a los estudiantes con ciertas dificultades educativas o discapacidades, físicas o psíquicas en entornos educativos tradicionales. Así pues, podemos apreciar como la inclusión va mucho más allá en lo que respecta a transformar el aula ordinaria para adaptarse y dar respuesta a las diversas características y necesidades del alumnado.
Se entiende que esta inclusión requiere de una exigencia planificada y ajustada a cada uno, de modo que habrá que buscar los recursos válidos para defenderla. Y es en este marco donde las comunidades de aprendizaje cumplen con todos los requisitos formales para poder ajustarse a la educación inclusiva. A este respecto, el preámbulo de la Ley Orgánica 8/2013, del 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa (L.O.M.C.E.) indica:
“El alumnado es el centro y la razón de ser de la educación. El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio. Todos los alumnos y alumnas tienen un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento. Nuestras personas y sus talentos son lo más valioso que tenemos como país”.
Partiendo de esta premisa, estamos de acuerdo en que recibir una buena educación es trascendental para la vida del niño, pero ¿qué es una buena educación?, ¿qué influye en ella?, ¿quién participa en ella? o ¿qué metodología es más acertada?
Favoreciendo la diversidad
Ya en el siglo XVI, Comenio -teólogo, filósofo y pedagogo de origen checo- hablaba de que el alumno era el actor principal en el proceso de enseñanza-aprendizaje y no el maestro. Reivindicaba, asimismo, el hecho de que para crear una sociedad más crítica todo el mundo debía tener acceso a la educación con independencia de su situación económica; dicho esto, podríamos afirmar que Comenio fue uno de los precursores en atención a la diversidad.
Algunos autores mantienen, por otro lado, que “hay dos caminos en educación, la inclusión y la exclusión y que esta última acepta la validez de una clase inferior permanente”. Lo cierto es que la sociedad tiene mucho potencial para aceptar cualquier tipo de alegoría a la segregación y no podemos caer en la equivocación de que no hay opciones porque eso es lo que sobran.
Las comunidades de aprendizaje son una de ellas y su objetivo principal es la inclusión. Una de las opciones que surgen dentro de ellas son los grupos interactivos en los que podemos agrupar a los estudiantes de diferentes niveles y con distintas habilidades, compartiendo entre ellos los conocimientos de cada uno. Cada grupo de trabajo participa de las mismas actividades, reforzándose esta organización con la participación de varias personas adultas dentro del aula (familiares, voluntarios, etc.).
Se convierten en un proyecto de transformación cultural y social, de un centro y su entorno, donde se benefician tanto los estudiantes como la propia comunidad. Además, repercute en la mejora de la enseñanza, una mejor convivencia y transformación personal, se fomenta la colaboración… Pero el objetivo más importante es la normalización como dijo Ramón Flecha porque cuand se logre no harán faltas más comunidades.
Miguel Ángel D’Acosta Balbín es es maestro de Educación Primaria y Especial en el Colegio Calderón de la Barca (Sevilla)
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