jueves, 29 de septiembre de 2016

“Debemos despertar en los estudiantes el deseo de seguir aprendiendo”, por Salvador Rodríguez Ojaos

Salvador Rodríguez Ojaos“Nuestra obligación como educadores es preparar a los niños para que estén siempre dispuestos a esperar lo ines­perado. En este contexto, educar es guiar, retar, desafiar y provocar; mientras que aprender es conocer, comprender, aplicar y crear”, afirma Salvador Rodríguez Ojaos en la Tribuna que escribió para el nº 23 de la revista Educación 3.0 y que ahora reproducimos.

Muchas generaciones de es­tudiantes han asistido a la escuela con la certeza de que lo que aprendieran en ella les serviría para siempre, les resolvería el futuro o, al menos, les posibilitaría conseguir un buen empleo con el que ganarse bien la vida. Pero nuestro mundo ha cambiado radicalmen­te y, en la actualidad, la escuela no puede seguir ofreciendo esa seguridad.

En cambio, la escuela sí que puede compro­meterse a dotar al alumnado de las herramien­tas más eficaces para ayudarle a afrontar un fu­turo incierto. En otras palabras, en el mundo de incertidumbre en el que vivimos, el verdadero objetivo de la educación escolar no es que los alumnos aprendan algo en concreto en un mo­mento determinado sino despertar en ellos el deseo permanente de aprender.

Despertar el deseo de aprender está muy rela­cionado con el placer de enseñar. Para enseñar hace falta vocación, pero también formación pedagógica y un alto dominio de los conteni­dos propios de las materias. Nuestra obligación como educadores es preparar a los niños para que estén siempre dispuestos a esperar lo ines­perado. En este contexto, educar es guiar, retar, desafiar y provocar; mientras que aprender es conocer, comprender, aplicar y crear.

Otras habilidades

salvadorojaostribunaAdemás de los conteni­dos propios de las asignaturas, en la escuela hay que enseñar otras habilidades y destrezas indis­pensables para conseguir una vida plena: la ca­pacidad de adaptación a nuevas situaciones, la habilidad de desaprender o desechar los cono­cimientos que quedan obsoletos, la tolerancia a la frustración, el espíritu crítico, la creatividad a la hora de mirar el mundo, la competencia para trabajar en colaboración con otros…

La escuela ya no es sólo un lugar donde ad­quirir conocimientos, es también un espacio de preparación para la vida donde las emo­ciones y los valores deben tener cabida. Si li­mitamos la escuela a la mera transmisión de conocimiento, estamos condenándola a su desaparición, ya que esa labor puede hacerse a través de otros medios, como Internet, de modo más motivante para los alumnos. Se trata de enseñarles a pensar, de mostrarles que además de solucionar problemas, deben aprender a plantearlos; de que entiendan que lo que están aprendiendo tiene un sentido.

Enseñar es importante, pero aprender aún lo es más. Si no hay aprendizaje, la enseñanza no tiene sentido

Durante demasiado tiempo, la escuela ha estado limitada por la cultura del suspenso. Enseñar es importante, pero aprender aún lo es más. Si no hay aprendizaje, la enseñanza no tiene sentido. Si conseguimos que aprender y aprobar sean lo mismo, estaremos haciendo de la escuela un lugar privilegiado para preparar a las personas a tener una vida plena. Para con­seguirlo, debemos huir de la estandarización de la enseñanza para personalizarla y conse­guir que cada uno de los alumnos desarrolle al máximo sus talentos.

Si la curiosidad fuera el motor del aprendi­zaje en las escuelas, los alumnos serían capa­ces de adaptarse a las exigencias de un mundo cambiante. Un adulto que conserva la capaci­dad de hacerse preguntas para entender cómo funciona el mundo, que mantiene el deseo de seguir aprendiendo siempre, es un adulto creativo, crítico e innovador.

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