«Se me fue la olla», dijo el adolescente. Y tenía razón.
La adolescencia es un periodo de la vida tan desconcertante como maravilloso. De hecho, en todas las culturas se considera una etapa de grandes retos tanto para los adolescentes como para los adultos que los rodean.
Sabemos que lo que experimentan los jóvenes es, sobre todo, el resultado de cambios en el desarrollo del cerebro en la adolescencia. Y, saber algo de estos cambios, puede ayudar a que la vida fluya con más facilidad para los ellos y para los adultos que tienen adolescentes en su mundo.
Según indica el psiquiatra Daniel J Siegel, «la idea de que la adolescencia es una fase que todos tenemos que soportar es muy restrictiva. Por el contrario, los adolescentes no tienen porqué limitarse a sobrevivir la adolescencia; pueden desarrollarse gracias a este importante periodo de su vida».
Los cambios en la manera de pensar y la ampliación de la conciencia se dan por esta remodelación del cerebro y son un aspecto saludable de esta etapa de la vida. La fuerza de esa mente adolescente nace de esos cambios cerebrales que les van a permitir resolver problemas de maneras nuevas e innovadoras.
Empatía y comprensión de los adultos en su entorno
Durante estas readaptaciones del cerebro, que el adolescente se aleje no es lo mismo a que se cierre por completo. A pesar del abismo generacional, es nuestra función de adultos establecer puentes, incrementando la comprensión empática y la comunicación respetuosa. Por tanto, nuestro reto es ver la fuerza y el potencial del cerebro adolescente y la emergente mente juvenil como ventajas en lugar de dificultades.
Muchas de estas remodelaciones en el cerebro suceden en la corteza prefrontal. Allí se produce la integración, y ello les permite adquirir funciones más complejas y útiles. Ejemplos de ello son la conciencia de uno mismo, la empatía, el equilibrio emocional y la flexibilidad. Puesto que el área prefrontal de la corteza está en estado de reconstrucción durante la adolescencia, en ocasiones puede ser susceptible de perder temporalmente su funcionamiento integrador, de conectar zonas separadas entre sí.
El cerebro funciona sujeto a una dependencia del estado, lo que significa que cuando está en calma, ciertas funciones integradoras pueden llevarse a cabo correcta y eficazmente. En otras situaciones, su papel integrador puede que no resulte tan bueno. Vemos cómo muchos adolescentes, cuando están lejos de sus iguales y sus emociones están equilibradas pueden ser tan eficientes como los adultos. Pero bajo circunstancias que incrementan la emoción o en presencia de semejantes, la razón puede verse menoscabada.
Desde el punto de vista de la familia, o en los centros educativos, la sensibilidad emocional y la influencia social incrementadas pueden ser perjudiciales para la convivencia. Un caso extremo es cuando un quinceañero se altera de verdad y ‘se le va la olla’ o ‘se raya’. Pero no atribuyamos su salida de tono a ser un ‘adolescente desquiciado’, sino, llamémoslo lo que es: remodelación y cambios de integración.
Para entenderlo, Daniel Siegel, pone el siguiente ejemplo: «En un edificio que se está rehabilitando, muchas veces la fontanería o la instalación eléctrica que antes funcionaban quedan temporalmente fuera de servicio. No por eso diremos que es un edificio que está mal hecho; es sencillamente un proyecto en construcción. Durante un breve periodo, o en ratos aislados, las instalaciones del edificio quedan inutilizadas. Sin electricidad en uso, sin cañerías o sin poder utilizar la escalera. Son cambios temporales en algo que funcionaba bien. La buena noticia es que la remodelación es un proceso cuyo objetivo es crear y mejorar el funcionamiento de todo».
La remodelación de esta zona de la corteza prefrontal significa que muchas de las funciones que este área facilita con su función integradora, como el equilibrio de emociones, los planes de futuro, tener percepción y empatía, quedan relegados a un segundo plano con mayor facilidad por las emociones intensas y la influencia de los semejantes.
Educación socioemocional en la escuela
Por todo ello, no me parece un capricho o una cuestión de moda que los centros educativos procuren a los adolescentes una educación socioemocional adecuada. Es necesario incluirla dentro del currículo para que estos ajustes cerebrales se produzcan de una manera controlada y dirigida hacia una óptima integración en su corteza prefrontal.
Dejar la educación emocional solo en manos de las familias es un error, porque no todos están interesados, formados o preparados para facilitar estas nuevas conexiones celulares. Sin embargo, desde las instituciones sí se puede. Los docentes podemos formarnos y hacer que la educación emocional llegue a toda la sociedad.
Muchas veces en las aulas ponemos nuestra atención en dar salida a un currículo que da respuesta a esta pregunta: ‘¿Qué quieres ser de mayor?’ Cuando nuestras intervenciones deberían también dar respuesta a esta pregunta: ‘¿Qué tipo de persona quieres ser de mayor?’ Dar respuesta a esa pregunta sí puede determinar nuestra vida y nuestro papel en la sociedad.
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