Todo hemos visto en las redes sociales lemas que conciencian sobre la salud mental y la importancia de hacer sus trastornos visibles. Lo común es que, como espectadores, los asociemos a personas mayores o a enfermedades mentales graves. Pero también se dan en la infancia y, más en concreto, en edades comprendidas entre los seis y doce años, coincidiendo con la etapa escolar.
Dónde poner el foco
Actualmente sabemos que los trastornos del lenguaje (TEL), los trastornos de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o el Síndrome 22q.11 son sensibles a los trastornos psíquicos en mayor o menor importancia. ¿Por qué? Estos trastornos tienen en común la afección en los lóbulos prefrontales, donde se ubican las conocidas como Funciones Ejecutivas, que son el sustrato anatómico de esta parte del cerebro. Estas regulan y dirigen nuestra conducta, planificando, secuenciando y monitorizando la atención.
Por su parte, los lóbulos frontales son los encargados de tomar la información de todas las estructuras de la corteza cerebral y coordinarlas para trabajar de forma conjunta. Por ejemplo, podemos decir que las Funciones Ejecutivas son el director de orquesta y que los diferentes instrumentos son las Áreas Funcionales (olfativa, auditiva, gustativa, visual, Broca, Wernicke…). Por tanto, si el director de orquesta falla en una de sus órdenes la melodía será fea, nos sonará a ruido. Además los Lóbulos Frontales también están implicados la motivación y conducta.
Por ello, sabiendo que en nuestras aulas tenemos niños con dificultades en las Funciones Ejecutivas, debemos estar muy atentos a conductas llamativas que nos puedan señalar indicios de trastornos más serios. Pensemos, por ejemplo, que un estudiante con dificultad en lenguaje (expresivo-comprensivo) tiene serios inconvenientes para socializar con sus iguales: no es extraño que cada vez se muestre más retraído.
Labor conjunta entre padres y profesores
Si sumamos la dificultad en el aprendizaje, en el establecimiento de las relaciones interpersonales y a la hora de integrar nueva información y adaptarse al cambio, obtendremos una mayor vulnerabilidad en los trastornos psíquicos para el alumnado que ya estaba en riesgo.
¿Veis la importancia de la educación como prevención? Pero que no cunda el pánico, ¡tenemos mucho que hacer! En primer lugar, tendremos que informarnos sobre los procesos psiconeurológicos que presenta nuestro estudiante y trabajar en relaciones a sus necesidades educativas discerniendo cómo debe aprender, fomentando la autoestima y el autoconcepto. No nos sirve de nada que aprendan las tablas de multiplicar si no saben integrarse también en el juego colectivo del recreo.
Y por último, hay que tener en cuenta el impacto que esta situación tiene en las familias. El conocimiento de los padres ante un futuro trastorno psíquico provoca un alto grado de preocupación y necesitan, de nuestra mano, establecer un equilibrio entre el conocimiento de la vulnerabilidad y un acceso temprano a la ayuda si surgen problemas. Evitemos que la conciencia del riesgo se convierta en origen de estrés y ansiedad por que, en definitiva, esta conducta familiar será una dificultad añadida a la vulnerabilidad existente.
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