Estudiar el rol de las mujeres a lo largo de la historia, un proyecto que traslada a un grupo de Infantil a la Prehistoria o aprender la cultura y lengua francesa. Estos ejemplos son experiencias de trabajo colaborativo, una metodología que aplicada a la educación ayuda a los estudiantes a generar y compartir el fin de un objetivo común; en este caso, un producto o proyecto creado conjuntamente.
En el desarrollo de este proceso, el alumnado interactúa y aporta sus capacidades, conocimientos y esfuerzo. “La realización de la tarea se supedita al compromiso personal que cada uno ponga. Asimismo, la comunicación y el respeto a las contribuciones del resto de los compañeros son pilares importantes”, sostiene Esteban Gabriel Santana, coordinador del Área de Comunicación del Servicio de Innovación Educativa de la Consejería de Educación en Canarias.
Por qué llevar el trabajo colaborativo a las aulas
Este aprendizaje funciona por igual en todos los niveles educativos y asignaturas. La única diferencia es que la complejidad de las experiencias es mayor a medida que crece el alumnado. Por lo tanto, es posible aplicar de forma indistinta el trabajo colaborativo tanto a las materias científicas como a las de tipo humanístico y lingüístico. Como explica Ángels Soriano, profesora de Lengua y Literatura en el Colegio Martí Sorolla II (Grupo Sorolla) de Valencia: “El foco no sólo se encuentra en el contenido. También en hacer que éste tenga una transcendencia en el alumno para que sea productivo, tome partido y proponga acciones que mejoren su vida diaria”.
El trabajo colaborativo aporta así varias ventajas al proceso de enseñanza-aprendizaje. Por ejemplo, el empoderamiento de los estudiantes se ve favorecido y es posible trabajar con ellos ciertas habilidades sociales y capacidades como la empatía y la colaboración. Y por qué no, vincular los contenidos curriculares con los problemas del entorno como los centrados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. “Esto nos permitirá desarrollar la competencia más importante desde mi punto de vista: aprender a aprender, construyendo estrategias que el estudiante usará en el futuro para desaprender y reaprender según las características del entorno”, apunta Soriano.
Por otra parte, la propia naturaleza de esta metodología aporta al aula la posibilidad de que los estudiantes sumen esfuerzos entre sí para lograr un mismo propósito; también promoviendo entre ellos una mayor autonomía tanto a la hora de generar iniciativas grupales como individuales. Así lo cree Santana, para quien el trabajo colaborativo ayuda –en otro orden de cosas- a que el profesorado puede atender de manera más adecuada la diversidad del alumnado con ritmos y estilos de aprendizaje distintos.
Recomendaciones para los docentes
A la hora de poner en marcha una experiencia de trabajo cooperativo, existen varias recomendaciones a tener en cuenta. La planificación es vital, como también lo es la estructuración del proyecto en fases, los objetivos que se desean alcanzar, las competencias a desarrollar y las técnicas elegidas para que la experiencia se materialice. “Es muy importante organizar bien la actividad para ceñirse al tiempo disponible”, recuerda Esperanza Manzanares, profesora de Informática en el IES Ingeniero de la Cierva de Patino (Murcia).
Por otro lado, es importante partir del currículo escolar, de los criterios de evaluación y de la propia realidad de los alumnos. De esta manera, los docentes pueden conocer qué conocimientos tienen los chavales sobre los temas y pueden invitarles a que investiguen e indaguen en las estrategias más adecuadas para resolver los retos a los que se enfrenten. Además, pueden utilizar herramientas digitales de especial uso en el aprendizaje colaborativo como las incluidas en Google Apps for Education.
Propuestas para trabajar con el alumnado
¿Cómo son las actividades y los ejercicios que puede desarrollar el profesorado en torno al trabajo colaborativo? Manzanares sugiere las tutorías de grupo (para ahondar en el ambiente del aula) y la técnica del ‘Learning by Coding” para que los estudiantes se ayuden entre sí. “Lo que conseguimos es que cada compañero supervise el trabajo que otro ha realizado, y que entre varios alcancen una solución final al tratarse de un trabajo en grupo”, matiza.
Soriano, por su parte, ha desarrollado dos experiencias de interés. En el proyecto How do you sing to love?, sus alumnos de Secundaria y Bachillerato han trabajado de manera colaborativa la igualdad de género y han sugerido distintas propuestas a favor de una sociedad igualitaria a través de la música. Mientras, Climate Change Proyect se vertebra alrededor de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Los trabajos por proyectos son también una buena alternativa para fomentar el trabajo colaborativo a través de iniciativas como la radio escolar, pues a través de este medio de comunicación los chavales trabajan en equipo, preparan grabaciones y audios, elaboran el guión y la escaleta… Es decir, juntos trabajan de manera coordinada para que el programa salga adelante.
Destrezas y habilidades
Mejorar las capacidades de expresión oral y escrita, fomentar las habilidades requeridas a la hora de razonar, debatir o resolver un problema, profundizar en las llamadas soft skills como las relacionadas con el trabajo en equipo, el desarrollo emocional o la creatividad… Estas son algunas de las destrezas y habilidades que los estudiantes ven favorecidas gracias a esta metodología de enseñanza-aprendizaje.
Y es que el liderazgo, la capacidad de trabajo en equipo, la resolución de conflictos o la competencia comunicativa, entre otras, son habilidades que en una entrevista de trabajo son casi más importantes que los conocimientos científicos o técnicos que se puedan demostrar con el expediente académico. “Todas estas habilidades y destrezas no se consiguen trabajando de manera individual en el aula, de manera memorística y estudiando para un examen. Se consigue introduciendo en el aula otras maneras de organizar al alumnado, pero sobre todo fomenten su autonomía y el trabajo colaborativo”, concluye Santana.
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