El Aprendizaje-Servicio (ApS) es una metodología pedagógica cuyo fin es doble: por un lado, lucha por una educación integral del ser humano atendiendo a todas las partes y uniéndolas. Por otro lado, busca una mejora del mundo o una mejor forma de habitarlo.
Como educador, al entender el ApS como metodología pedagógica, es innegable que he de priorizar el orden de estos dos ideales tal y como los expongo: el aprendizaje antes que el servicio. No obstante, admito que el servicio que se presta a la sociedad que nos rodea convierte a esta metodología en algo más que una mera forma de enseñar, llegando incluso a convertirse, desde una visión pedagógica crítica, como una completa filosofía de vida.
Por último, hemos mencionado que es una metodología alternativa. Lo es con respecto a una educación tradicional excesivamente centrada en los resultados y demasiado miope en cuanto al proceso. “No es la posada, sino el camino”, reza una apócrifa cita de Don Quijote sembrada por Ortega y Gasset, que encuadra perfectamente el tipo de aprendizaje vivencial en el que se fundamenta el ApS, experiencial si tomamos una de las más firmes figuras teóricas que lo sustentan: John Dewey.
Dicho con otras palabras, si hay libros, películas o personas que pueden llegar a cambiar nuestra vida, y con ella la de quienes nos rodean, también hay momentos (vivencias) que pueden provocar estos mismos cambios. Ésas, y no otras, son las experiencias que el Aprendizaje-Servicio pretende promover. Así, al ser un aprendizaje potencialmente vivencial, estamos ante una oportunidad en la que prestaremos atención a aspectos cognitivos, conativos y afectivos.
Para ello, imbrica tres intereses: el del centro educativo, el de los propios estudiantes y el de la sociedad. Todos con los inevitables malentendidos entre lo urgente y lo importante, pero siempre intentando que estas tres dianas se solapen lo máximo posible y, con una sola flecha y un solo disparo, demos tres veces en el blanco.
Una metodología muy nueva, pero exigente
El ApS brinda algunas ventajas como la novedad o la atención y la participación activa de los estudiantes. Además, el alumno se convierte en protagonista clave, tanto en la experiencia como en su aprendizaje. Se trata de una metodología que favorece un tipo de aprendizaje más profundo y reflexivo y anima a adoptar una visión crítica de la sociedad, mientras establece una estructura más democrática.
No obstante, en ocasiones puede ser contraproducente y, de hecho, no siempre funciona porque requiere ciertas condiciones que, además, no garantizan del todo el éxito. Para llevarlo a cabo de forma correcta, requiere profesores excelentemente preparados y comprometidos, así como estudiantes abiertos y dispuestos porque, de fallar algo de todo esto, puede llegar a ser frustrante.
En conclusión, me atrevería a decir que estamos ante una potente metodología pedagógica alternativa, especialmente interesante en contextos donde los estudiantes son lo suficientemente maduros para aceptar tanto las bondades como los posibles reveses que se encuentren y, ¿por qué no? participar desde el principio en su organización. Por último, al igual que el ApS no vale en cualquier contexto, tampoco funcionaría sin una buena preparación previa por parte de los profesionales de la educación que lo quieran llevar a la práctica pero, ¿quién dijo miedo?
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