En el ritmo acelerado del día a día, quizá se nos olvida que la amabilidad y la bondad son las bases que nos ayudan a establecer vínculos saludables para nuestro desarrollo socioemocional.
Añadido a eso, vivimos tiempos de incertidumbre, y es normal que nos dejemos arrastrar por emociones como el miedo, la ansiedad o el enfado. De este modo, y cuando el estrés se apodera de nuestras aulas, se activa nuestro sistema de amenaza y esto hace que se produzcan espacios que no favorecen el aprendizaje de los estudiantes o incluso alteren nuestro bienestar general.
Sin embargo, cuando el alumnado percibe que su relación con el profesorado está basada en el respeto, la bondad y el diálogo, sus resultados académicos mejoran. Esta percepción no depende solo de la práctica pedagógica, sino también de la presencia del propio docente: entusiasmo, cercanía personal, capacidad para reconocer sus errores, habilidad resiliente, confianza y autorregulación emocional.
Las tres claves para cultivar el bienestar del docente en el aula
La realidad es que ser docente no es fácil ya que es una de las profesiones que requiere mayor dedicación y atención. El ambiente escolar puede llegar a ser muy estresante y exigente, por ello es probable que la mayoría del profesorado pueda sentirse agotado a final del curso. Incluso a largo plazo, una situación prolongada de estrés puede llegar a desencadenar en el llamado ‘burnout’ o agotamiento emocional.
A continuación, muestro tres claves basadas en la autocompasión y el mindfulness que os pueden ayudar a cultivar vuestro bienestar en clase.
1.Prevenir la fatiga del docente
El primer paso es reconocer la necesidad de autocuidado del docente. Es necesario crear espacios en la agenda para parar y satisfacer nuestras propias necesidades, para entrar en un equilibrio entre dar y recibir. Esto no sólo ayudará a mejorar tu propio bienestar socioemocional, sino que al mismo tiempo mejorará tu capacidad de estar presente con tu alumnado, contribuyendo a crear escuelas más amables y conscientes que faciliten el aprendizaje.
La práctica de la autocompasión implica tomar medidas y hacer cambios positivos en nuestras vidas, y cuando entramos en este proceso de autocuidado, los docentes pueden volver a reconectarse con su profunda motivación y entusiasmo por acompañar las experiencias educativas del alumnado.
2. Aprender a ser nuestro mejor amigo o amiga
¿Te has preguntado alguna vez si eres más amable con los demás que contigo mismo o misma? Si observamos a un buen amigo o compañero que está sufriendo, es probable que nos despierte una motivación genuina para poder aliviar su malestar. Eso es compasión.
Nuestro reto es poder ofrecernos ese cuidado y amabilidad a nosotros mismos cuando vivimos momentos estresantes. En otras palabras, aprender a ser nuestro mejor amigo. Esto es lo que denominamos como autocompasión. La autocompasión consciente combina las habilidades del mindfulness y la autocompasión, proporcionando una herramienta poderosa para la resiliencia emocional.
Hay estudios que evidencian cómo las personas que son más compasivas tienden a tener mayor felicidad y satisfacción en su vida, mejores relaciones sociales, salud física y menos ansiedad y depresión. Gracias al entrenamiento en mindfulness y autocompasión podemos mejorar nuestra capacidad de resiliencia y hacer frente a situaciones tales como crisis de salud, fracasos personales o desafíos en el aula.
3. Empezar por ti… ponte la máscara de oxígeno
En todas mis formaciones siempre comento que, si quieres aprender a brindar mindfulness y autocompasión, empieza por ti. ¿Te apetece empezar a practicar? Podemos realizar la práctica ‘Descanso de la autocompasión’ (una adaptación de la actividad propuesta por Kristin Neff, la investigadora y psicóloga más destacada en el estudio de la autocompasión). Tiene dos objetivos básicos:
- Empezar a entrenar la autocompasión en la vida cotidiana.
- Reconfigurar nuestro cerebro para desarrollar la resiliencia.
Lo ideal es que la realices en el momento que sientas que te vas a enfrentar ante un desafío en el aula, un malentendido entre compañeros, o bien cuando te venga una preocupación, para fortalecer tu presencia conectada.
Así que toma una postura cómoda y empecemos…
- En el momento en el que notes una oleada de emoción difícil de gestionar (aburrimiento, desprecio, remordimiento, vergüenza…), haz una pausa y pon tu mano en el corazón (esto activa la liberación de oxitocina, que es la hormona del amor y la seguridad), y repite mentalmente estas frases (o alguna variación que te funcione):
- “Ser educador o educadora es difícil” o «esto es molesto para mí». O algo similar, para reconocerte y preocuparte por ti mismo cuando experimentas algo angustioso. Es una forma de aceptar lo que está ocurriendo y empatizar con ello.
- “Todos cometemos errores». Kristin Neff señala que cuando sucede algo desagradable, nuestra primera reacción (y la más normal) es la siguiente: “esto no debería estar sucediendo»o “todo me pasa a mí”. El reconocimiento de que todos somos humanos, y que los docentes también cometen errores, ayuda a suavizar algo de esa resistencia.
- “Que yo pueda ser amable conmigo mismo o misma”. El mejor antídoto para la autocrítica es empezar a hablarse con amabilidad y cultivar el autocuidado.
- Toma una respiración profunda y prosigue con tu vida.
Y es que tal y como indicaba el psicólogo Carl Rogers: «La curiosa paradoja es que cuando me acepto exactamente como soy, puedo cambiar».
Coral Selfa es psicóloga especialista en mindfulness y educación consciente y creadora de Mindala Mindful Learning.
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