Mi primera constatación como profesor que está en contacto diario con la docencia es que el alumno actual no sólo ha cambiado ‘digitalmente’, condicionando así su relación con todo lo que le rodea, sino que ha cambiado totalmente su actitud ante el estudio y su rol universitario.
Por mi experiencia diaria observo la coexistencia de dos grupos de estudiantes: los que han llegado a la Universidad sin la motivación ni la vocación adecuadas (por cierto, ¿cómo hemos llegado, como sociedad, a asumir esto, tan grave?); y aquellos otros que tienen la vocación y la motivación, pero que creen que para alcanzar sus objetivos tienen que hacer una serie de cosas que no son realmente las que deben hacer ni –por cierto- las que se les va a exigir en el mercado laboral.
Del grupo de alumnos desmotivados y desorientados yo digo que creen saber ‘para qué están’ en la Universidad, pero ni siquiera saben ‘por qué están’: desconocen si la carrera elegida es la adecuada a su formación, incluso a su forma de ser, y –sobre todo- si cubrirá sus expectativas, no sólo profesionales sino vitales.
Cambio en la forma de educar
Tras reflexionar sobre la relevancia de ocuparnos del alumno realmente existente considero que hay que afrontar un cambio en la forma de educar, por ejemplo revisando las metodologías docentes, pero también los presupuestos –o quizás prejuicios- sobre el alumno universitario de hoy.
Los alumnos de hoy tienen el reto, más que en generaciones anteriores, de incorporarse a un mercado laboral cambiante. Tan cambiante que ni las propias empresas o sus directivos son capaces de anticipar el escenario de lo que serán los perfiles laborales dentro de una década.
Desde el ámbito universitario es inaplazable propiciar que nuestros alumnos hagan una buena gestión de la dinámica asociada a la complejidad del mercado laboral, por ejemplo formándoles en habilidades tan fundamentales como la capacidad de análisis y pensamiento crítico, y con una formación general en su campo que les permita ser especialistas en varios frentes a lo largo de su carrera profesional, sin excluir el necesario contacto con disciplinas más propias del ámbito de las humanidades; resumiendo, capacitándoles para el cambio permanente en un mundo con grandes incertidumbres.
Y es que la Universidad no puede vivir más tiempo de espaldas a la realidad laboral, al mundo empresarial, a los retos sociales y hasta antropológicos. Es un eje trascendental, y por eso es muy útil establecer, desde los primeros cursos, una relación muy estrecha con las grandes compañías, para que los alumnos descubran desde el primer día la realidad empresarial; es decir, lo que les van a exigir las empresas cuando vayan a incorporarse a un puesto de trabajo.
Conocimiento de los estudios que van a emprender
Los estudiantes deben tener un contacto temprano con los directores de Recursos Humanos de las compañías, sin esperar al final del grado, para lograr así que adquieran una conciencia real sobre la carrera que están estudiando. Y aunque he visto que no es la regla, sí puedo asegurar que algunos alumnos –una vez que conocen de primera mano lo que va a ser su desempeño profesional- deciden con buen criterio replantearse su vocación y proyecto personal, tal puede ser su desconocimiento sobre los estudios que han elegido.
Pero volvamos a la motivación, que está en el centro del debate universitario. Aquí encontramos dos líneas que nos van a obligar a debatir y reflexionar a los profesionales de la Educación. Hay quienes abogan por una adaptación de la docencia universitaria al nuevo alumno universitario, incidiendo, casi en exclusiva, en los aspectos relacionados con la falta de motivación generalizada del alumno; y quienes prefieren que la innovación educativa en la Universidad se centre en mejorar la efectividad del aprendizaje.
La motivación es solo un ingrediente del aprendizaje
Desde mi punto de vista, actuar sólo sobre la motivación del alumno no vale por sí mismo para mejorar la efectividad de los procesos asociados a la Educación Universitaria; es muy importante que el alumno entienda que lo que realmente contribuye al éxito universitario, al conocimiento en profundidad, es su esfuerzo deliberado y perseverante, a ser posible supervisado de manera personal por un profesor que sea experto en su disciplina, que actúe como observador privilegiado del aprendizaje del alumno, y pueda redirigir adecuadamente su esfuerzo.
Por tanto, y concluyendo, aunque la motivación es una variable a considerar, hay que centrar el esfuerzo docente en que el alumno consiga aprender, de la manera más efectiva posible, lo que realmente tiene que aprender; y es en ese punto en el que tendremos que ser verdaderamente innovadores. Hacemos un flaco favor a nuestros alumnos si les hacemos creer que a la Universidad vienen a ‘aprender a aprender’ o a ‘aprender jugando’. A la Universidad se debería acceder con un gran deseo de aprender, una clara disposición al esfuerzo, y la interiorización plena de que la actividad base del universitario es el estudio.
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