En muchas ocasiones es difícil pensar que una educación basada en la escucha puede funcionar en el aula. La realidad es que sí se puede conseguir; ahora bien, poniendo mucho de nuestra parte: es necesario tener paciencia y que el adulto sepa auto-regular sus propias emociones, ya que muchas veces es complicado ayudar a un solo niño cuando hay 24 o 30 más esperando. Además, hay que tener en cuenta el factor familiar que siempre afecta al estado del estudiante que el docente tiene en clase.
Partiendo del hecho de que tanto a los adultos como a los niños les gusta ayudar a los demás y solucionar problemas, nos podemos apoyar en un modelo de educación pacífico basado en las siguientes claves:
1. Haz que se sientan valiosos
A nadie le gusta que le obliguen a hacer cosas y los niños no son menos. ¿Habéis probado a hablar con ellos para saber qué necesidades hay en el aula? Imagina una clase en la que las normas estén puestas por tus alumnos. Seguramente, conocen muchas normas como tirar papeles a la papelera, respetar el turno de palabra o escuchar mientras el maestro habla.
Cuando les preguntes qué reglas pondrían, lo más probable es que te den más de las que puedas imaginar. En el momento en el que involucres a los estudiantes de forma que se sientan responsables de lo que ocurra en el aula serán más participativos y respetuosos hacia estas reglas. Recuerda no exagerar ni poner una gran cantidad. Mejor pocas y que las puedan recordar. En alguna ocasión las tendrás que revisar con ellos y modificar o añadir nuevas. Hazlo según el desarrollo de las clases lo permita.
2. Sé modelo a seguir
Ante una situación en la que te desbordes, sientas irritación y alces la voz, los niños te copiarán. En cambio, si hablas de forma calmada y transmites que existe solución ante lo ocurrido, y que lo podéis solucionar en conjunto, aprenderán de forma más rápida a regular las emociones. El ejemplo que seas, será lo que ellos reproduzcan. Hay que atreverse a pedir perdón cuando uno se haya equivocado, a respetar y escuchar. Entonces, ellos harán lo mismo contigo.
3. Conecta con ellos
Los niños vienen de casa con unos modelos aprendidos, el de su madre y el de su padre, y cuando llegan a la escuela aparece un nuevo adulto al que seguir: tú. Hay que acercarse al alumno con naturalidad para conectar con él. En el momento en el que percibas que el niño se desbarata, conecta para recobrar la seguridad que sentía antes, muchas veces con eso basta y se consigue recuperar el ritmo de la clase. No es fácil parar una clase responder a la necesidad de un solo estudiante cada vez que lo necesite, tú eres uno, ellos casi 30 y el un tiempo muy limitado.
Hay que crear una relación genuina con todos los alumnos y asegurarse de que cada día se conecta con cada uno, aunque sea en diferentes momentos a lo largo de toda jornada. Hay que empatizar, hacerles sentir que son escuchados y respaldado, que vean en el docente un punto de referencia. De esta manera, cuando se avecine alguna preocupación o dilema, se sentirán más preparados para compartirla, más calmados y la solución llegará mucho antes. Se puede probar con con algo que dé risa o que piensen que es una bobada, ayuda a disminuir la tensión del momento y a que cooperen.
4. Retiros en grupo
Prueba cinco minutos antes de empezar las clases, con un grupo de niños, a escuchar qué les preocupa. Os sentáis en corro y habláis de forma totalmente libre para que transmitan sus inquietudes. Es fantástico ver que después de soltar lo que llevan dentro, se sienten más relajados y enfocados en la tarea. Muchas veces lo que necesitan es solo eso, ‘soltar’ y ser escuchados.
Palabras de apoyo como “tiene que ser duro”, “eso es muy injusto”, “a mí tampoco me hubiera sentado bien”… hacen que se sientan reconfortados, aliviados. Además, ayudan a fortalecer esa conexión auténtica docente-estudiante.
Empatizar con ellos ayuda a ver la historia desde otra perspectiva. Cuando un niño grita mucho en clase, o es muy activo, tal vez sea porque necesita descargar la energía que tiene. Una vez se ha descubierto has descubierto la raíz, es posible empezar a trabajar a partir de ahí.
5. El rincón de las emociones vs la silla de pensar
Una vez que un niño se alborota, necesita de una guía para restablecer su equilibrio. El tiempo fuera o la silla de pensar no ayudan a que reconozca sus emociones, si no a que las reprima y no sepan regularlas.
Crea un ‘Rincón de las Emociones’ o ponle el nombre que más te guste. Con este ejercicio se propone que el alumno en lugar de sentir bochorno por lo que está pasando, encuentre un espacio en el que pueda encontrar su lugar interior. Hay que invitarles a que hablen sobre qué les ayuda a tranquilizarse cuando se sienten incómodos, y a practicar para que puedan encontrar esa calma que hay dentro de ellos mismos.
En este rincón pueden ponerse varios recursos que ayuden:
- Lápices para que dibujen al monstruo que representa su ira, y luego guardarlo en un caja porque su ira ya ha desaparecido.
- Cojines para que puedan meditar.
- La botella de la calma, con agua dentro, purpurina y colores que van moviéndose lentamente.
- Globos para que infle uno poco a poco hasta que explote. Explícale que así es como debe descargar su ira, poco a poco.
- Muestra el El cuento de la tortuga o haced vuestro propio cuento que hable sobre el autocontrol.
Cuando se percibe que un niño siente ira o necesita un cambio emocional hay que preguntarle si le ayudaría sentarse en el rincón de las emociones. Cuando acepte, deja que esté listo para volver a su lugar una vez se haya calmado y haya realizado al menos una de las actividades propuestas. El rincón se puede adaptar con las actividades y técnicas que cada docente vea que funcionan bien en tu aula.
6. Qué esperas de tus alumnos
El efecto Pigmalión demuestra que lo que tú digas a los niños creará en ellos un gran impacto en la forma de percibirse a sí mismos. Esto quiere decir que en la forma que te comuniques con tus alumnos y les digas lo valiosos que son repercutirá en que tengan una autoestima más alta. También a que puedan conseguir ciertos objetivos que sin ese apoyo que se les brinda sería más difícil de alcanzar.
Hay que beneficiarse de esto y creer en ellos. Premiar todos sus resultados, aunque no hayan conseguido el objetivo. Lo importante es el esfuerzo y con el apoyo que se le brinde mejorarán indudablemente.
7. Resolución de conflictos
Cuando un niño actúa de forma indebida, empujando a otro por ejemplo, tiene la oportunidad de reparar el daño hecho. Una vez más, hay que con la clase y plantear preguntas del estilo. ¿Cuál es la mejor forma de solucionar lo que ha ocurrido? ¿Castigando o ayudando a reparar? ¿Cómo hacemos para que los dos hablen expresando lo que necesitan sin agredir al otro? Los alumnos son fuente infinita de sabiduría y darán mil soluciones al respecto. Hay que terminar la resolución de forma que se aborde el altercado y se puedan prevenir sucesos similares, y evitar el castigo como manera de solucionar el altercado.
Personalmente, me ha funcionado siempre mucho mejor con los niños en clase agacharme, ponerme a su altura, mirarles a los ojos y preguntarles con un tono suave: ¿cómo te sientes?, ¿crees que puedo hacer algo para ayudarte? Recuerda que para conseguir la paz en clase, es primordial escuchar las necesidades de los estudiantes.
Proponer que establezcan las reglas es mejor que imponerlas, sé un buen modelo a seguir, dedica cada día un momento para conectar individualmente, realiza retiros diarios en grupo, establece un rincón emocional, cree en ellos y en su valía, y dales la oportunidad de pensar soluciones ante situaciones conflictivas.
Para concluir, dejo con esta maravillosa frase de Olivier Reboul: “Educar no es fabricar adultos según un modelo, sino liberar en cada hombre lo que le impide ser él mismo, permitirle realizarse según su genio singular”.
Sonia Fernández Becerra es psicóloga, psicoterapeuta e hipnoterapeuta.
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