Durante el periodo de adaptación al colegio, los estudiantes expresan sus emociones de una forma excepcional: con absoluta franqueza. Pese al potencial educativo que trae consigo, los docentes nos limitamos a enseñarles hábitos imprescindibles en el aula.
Sin embargo, no podemos olvidarnos de la parte de acompañamiento emocional que necesitan, ni del miedo que dan los cambios, ni del duelo emocional que sienten al separarse de su familia durante el horario escolar. Por ello, es de vital importancia explicar las emociones y los sentimientos a través de actividades y recursos adaptados a su nivel de aprendizaje.
La importancia de un programa de inteligencia emocional en el aula
Desarrollar un programa de inteligencia emocional supone conectar con los alumnos, hablar con ellos, hacerles preguntas concretas sobre cómo se sienten, por qué lloran, qué les da miedo del patio o qué podríamos hacer para que se sintieran un poquito mejor. Escuchar activamente lo que sienten nos ayuda a ponerlos en contacto con la emoción. Y a partir de ahí, es cuando verdaderamente se crea lo que Vigotsky llamó ‘la zona de desarrollo próximo’, el margen de incidencia de la acción educativa. Es entonces cuando debemos ofrecer a los alumnos las herramientas y recursos necesarios para reconocer las emociones, aceptarlas, regularlas y ejercer un control sobre ellas. Debiendo siempre respetar una premisa fundamental: no se enseña a sentir, no podemos decir a un alumno cómo se siente, no podemos decirle que no está cansado o que no puede enfadarse por eso, porque con la negación de sus sentimientos le mandamos un mensaje distinto al que le manda su cuerpo, creamos confusión en él y le invitamos a dudar de sí mismo.
Debemos dirigir nuestro trabajo al autoconocimiento, al descubrimiento y aceptación de emociones en sí mismo y en los demás, a trabajar la empatía, la asertividad y a sentar las bases de una buena autoestima, poniendo especial atención a la enseñanza de técnicas de relajación, que tienen su base en el trabajo de la respiración consciente.
Ha llegado el momento de abrir nuevas vías de enseñanza-aprendizaje en el periodo de adaptación y en los primeros meses de colegio de un niño, trabajando además de los hábitos, de los sentimientos surgidos, programándolo de tal manera que nos ayude a sentar las bases de la inteligencia emocional.
El lenguaje artístico: clave para conseguirlo
Una buena manera de conseguirlo es utilizando el lenguaje artístico como vehículo de expresión de su mundo interior, programando actividades en las que materiales y técnicas queden supeditados a la libre creación del alumno, a la expresión de sentimientos y emociones. Así, a la vez que les ofrecemos un lenguaje con el que son capaces de expresarse en plenitud, despertamos el proceso creador y con él el pensamiento divergente, que los conducirá al éxito escolar, laboral y personal.
En definitiva, nuestra labor como docentes debe enfocarse a dotar a los estudiantes de estrategias y recursos con los que reconocer, aceptar y gestionar su mundo emocional, aprovechando que muestran una plasticidad cerebral y un potencial educativo que no volverá a repetirse en ninguna otra etapa de la vida.
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