miércoles, 4 de julio de 2018

“No se deben penalizar los diferentes ritmos de aprendizaje”

Joan Domènech, autor del libro ‘Elogio de la educación lenta’ (Graó) y maestro en la Escuela Fructuós Gelabert (Barcelona), aboga por repensar el tiempo que necesita cada persona para el aprendizaje. De igual modo, considera que la evaluación debe ser un instrumento a favor del alumno, de forma que sea consciente de los errores o lagunas que tiene.

Nacido en Lleida y licenciado en Filosofía y Letras, gran parte de su trayectoria profesional ha estado ligada a la escuela pública, como Fructuós Gelabert (Barcelona), centro en el que trabaja desde 2004. De la media docena aproximada de libros que ha escrito (como autor o coautor), destaca ‘Elogio de la educación lenta’ (editorial Graó), en el que propone “una nueva mirada centrada en el tiempo educativo con el propósito de obtener unos aprendizajes de mayor calidad. Es alejarse de la enseñanza ‘efímera’, que se desvanece al no ser comprendida, y apostar por un aprendizaje que transforme al aprendiz, que le sirva para enfrentarse a una sociedad compleja y de gran incertidumbre”, afirma.

’Más contenidos’ no es sinónimo de educar mejor, ¿cuáles son las características de la educación lenta?

La educación lenta no es más que una excusa para repensarla, plantea encontrar el tiempo para el aprendizaje, el tiempo para que cada persona pueda aprender y cada aprendizaje pueda ser realizado. Y todo ello teniendo en cuenta el contexto social y cultural en el que vivimos.

Pero, ¿cómo llevarlo a cabo en clases con más de 25 estudiantes?

Joan Domènech, autor del libro "Elogio de la educación lenta"

Atender la diversidad, es decir personalizar el aprendizaje, garantizando un curriculum común, es el reto más importante de la educación en la actualidad. En aulas con 25 o más estudiantes hay que intentarlo, siendo conscientes de que los recursos y las condiciones deberían facilitar este objetivo. En ocasiones, soy partidario de la presencia de dos profesores por aula, más que de la disminución del número de alumnos por clase.

De todas maneras, la dificultad primordial está en la propia mentalidad del profesorado que a menudo está contaminada de esta idea de homogeneidad y rigidez en el curriculum. Si conseguimos cambiar eso tendremos muchos puntos a favor de la transformación real en la educación y en sus resultados.

¿Hay que perder el miedo a los resultados de los informes y valorar otros aspectos del alumnado? ¿Cuáles?

La finalidad de la evaluación debe ser ayudar a que cada aprendiz conozca su propio proceso de aprendizaje, sea consciente de los errores que comete o de las lagunas que tiene su formación para ofrecerle caminos de superación y de potenciación de sus capacidades.

Esto es un pequeño extracto de la entrevista publicada en el nº 31 de la Revista EDUCACIÓN 3.0 impresa, correspondiente a verano 2018.

Para poder leerlo al completo, junto con el reportaje ‘Educar en las emociones’ o el especial ‘Todo para tu centro’ es necesario suscribirse.

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