¿Vale la pena ser docente? Esta es una pregunta que no me había cuestionado antes de empezar a impartir mi carrera. Como cualquier estudiante sin experiencia de campo, me encontraba completamente entusiasmada con los nuevos retos; y por supuesto, extremadamente orgullosa de decir que estaba estudiando para ser maestra.
Sin embargo, la reacción de mis conocidos no era la que esperaba, la mayoría con una cara de desconcierto acompañada de la frase “¿estás segura?”. Me pregunto si hubieran reaccionado así de haberles dicho que seguiría arquitectura o medicina.
Falta de interés por la docencia
Hace pocos días tuve la oportunidad de escuchar un podcast llamado Docentes en Peligro de Extinción en el que Nataniela Barreiro menciona algunos factores económicos, sociales y políticos de la falta de interés actual de los jóvenes por esta carrera. A pesar de que los datos mencionados en ese podcast revelan la problemática a nivel macro, me permitió reflexionar en los ‘micro factores’ que se desencadenan de esas raíces y crean este ciclo continuo y en aumento de la infravaloración de la docencia.
A pesar de que en la antigua Grecia los maestros eran las personas más respetadas y admiradas, actualmente muchos miembros de la comunidad consideran la educación como un viacrucis que te llevará a ‘limpiar mocos’ y que te falten en respeto toda tu vida, y en cierta medida es cierto; actualmente los docentes no somos respetados al mismo nivel que lo harían con un ejecutivo o un abogado.
De hecho, somos mismos maestros los que de tanto en cuanto soltamos comentarios sobre lo terrible que es estar en nuestros zapatos a estudiantes, amigos, familia. ¿Cómo esperamos que la sociedad respete nuestra carrera si nosotros mismos no la respetamos? La docencia debería ser considerada el fin último de la realización laboral, después de todo, hasta los más grandes científicos tuvieron un maestro. ¿Cómo es posible que en nuestras propias aulas desacreditemos todo lo que significa ser docente? Comenzar con nuestras propias voces permitirá que otros vean la importancia de nuestra área en la humanidad.
Docentes sin motivación
Otro factor decisivo en el desprestigio de la docencia es la contratación de personas que deciden ser maestros por el mero hecho de saber de un tema. Todos a lo largo de nuestra vida nos habremos topado con uno de ello: el típico docente que repite la misma clase año tras año, que tiene las mismas diapositivas desde que se inventó la piedra y que, por supuesto, no se le puede cuestionar nada porque son casi que Aristóteles resucitado.
Estas personas desacreditan todo por lo que los docentes con verdadera vocación luchan día con día, ser diferentes, innovadores, en busca de retar mentalmente a sus estudiantes para su crecimiento tanto personal como educativo. Estos mismos son los que suelen mostrar una ética pobre a la hora de calificar o buscar por cualquier medio resultados altos en pruebas estandarizadas, dando un mensaje claro a nuestros jóvenes: “El conocimiento no es importante, mientras obtengas una nota alta en un pedazo de papel”.
Por último, algo que he podido ver de primera mano es la lucha de los profesores con vocación y ganas, pero sin el conocimiento pedagógico necesario para afrontar los desafíos de un mundo en constante cambio. A pesar de esta vocación innata, encontrará un límite tarde o temprano, lo cual desencadenará en una falta de motivación que se reflejará en las clases y la relación con los estudiantes.
Verdadera vocación
Es importante recalcar que el desconocimiento no es malo, querer mantenerse en él y entrar en una zona de confort al verse frustrado es lo que mata en realidad la verdadera vocación y perpetúa este círculo infinitivo del desprestigio social. Por lo tanto, es fundamental que todos los docentes, ya sean jóvenes o mayores busquen espacios de mejora continua, para que la pasión por enseñar no encuentre su tope y se resignen a ser uno de estos seres ya mencionados impartiendo una cátedra a estudiantes desmotivados.
Definitivamente es vital entender que los docentes con vocación real son escasos y como menciona Nataniela, somos ‘la resistencia’, una especie en peligro de extinción. Nosotros tenemos una responsabilidad enorme en nuestros hombros, el futuro de otro ser humano. Así como muchos padres primerizos temen ‘arruinarles la vida’ a sus hijos con sus decisiones; imagínense que puede hacer un mal docente con 100 niños y jóvenes a su cargo. La docencia es importante y debe ser reconocida como tal, a pesar de que no es una solución definitiva a toda la problemática que gira en torno al desprestigio social de nuestra carrera, defender y enorgullecernos de nuestra labor si es un primer paso para recuperar el respeto a nuestro esfuerzo diario.
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