María Campo, asesora pedagógica de Eduka&Nature, reflexiona en este artículo sobre el papel de la dirección de un centro. En su opinión, el concepto de líder ha pasado de significar autoridad a implicar a todo el equipo en las tareas y responsabilidades.
El tipo de gestión que se ha llevado acabo en los centros educativos ha variado enormemente en los últimos años. Se ha pasado de una actividad exclusivamente vertical y con una gran carga en la dirección a la hora de tomar decisiones y de luchar por sacar adelante los proyectos, a una tendencia más horizontal, en la que las tareas y responsabilidades se reparten tratando de implicar a todo el equipo, aunque la dirección siga teniendo fuerza. Este tipo de gestión, que se está introduciendo en los centros educativos y también en muchas empresas, favorece un liderazgo basado en la participación y colaboración en equipo.
La gestión horizontal favorece un liderazgo basado en la participación y la colaboración en equipo
En este sentido, el concepto de liderazgo también sufre un giro importante, pasando de significar autoridad a la capacidad de influencia interpersonal, que busca guiar, conducir y mostrar el camino a todos los miembros de la comunidad educativa. Este liderazgo se centra más en la propia persona y en sus emociones, que en los resultados. Para ello, se debe apostar por un ‘Liderazgo Transformacional’ (Bernard M. Bass, 1985), cuyos requisitos son:
– Tener carisma suficiente para entusiasmar y trasmitir confianza y respeto. A su vez deberá ser honesto y mostrar coherencia. Muchos directivos tienden a exigir aspectos que luego ellos mismos no llevan a cabo.
– Consideración individual. Es muy importante prestar atención personal a cada miembro de la comunidad educativa y hacerles sentir que son importantes y que se valora su trabajo. Además, hay que tratar de tener un comportamiento empático.
Un director debe ser honesto y mostrar coherencia, así como prestar atención personal a cada miembro para hacerles sentir que son importantes y que se valora su trabajo
– Estimulación intelectual. Un líder positivo debe ser capaz de estimular cognitivamente a las personas que trabajan con él. No se trata sólo de dar órdenes sino de implicarse en la resolución de problemas y de aceptar nuevos enfoques para viejos problemas. Es importante ofrecer al equipo la posibilidad de mostrar sus ideas y de participar en las situaciones a resolver. Esto enriquece las posibles soluciones y, a su vez, favorece la actitud de participación e implicación por parte de cada uno de los trabajadores. Igualmente, es imprescindible hacer hincapié en la inteligencia analítica, pero también se debe trabajar la gestión de emociones para el bienestar personal de cada uno, así como contar con un buen ambiente de trabajo.
– Inspiración: el líder debe siempre proyectar optimismo y entusiasmo, a pesar de que las circunstancias no siempre sean favorables. Además, debe contagiar positivismo e ilusión para evitar la desmotivación, la preocupación o la debilidad del equipo. De igual modo, debe ser capaz de implicar al grupo en el centro de manera constante y contagiando ilusión por el proyecto, siempre con una visión de futuro.
Un buen líder debe contagiar positivismo e ilusión para evitar la desmotivación, la preocupación o la debilidad del equipo
– Tolerancia psicológica. La dirección supone muchas motivaciones e ilusiones pero, a su vez, implica complicaciones, dificultades y baches: la presión de fechas, plazos, logros de objetivos, atención personal al equipo, familias y alumnos pueden suponer un estrés importante que hay que saber superar. El líder debe ser capaz de utilizar el sentido del humor para resolver ciertos conflictos o conducir momentos incómodos. Además, se debe ser tolerante y condescendiente con los errores. No puede estar siempre de mal humor, ni con enfrentamientos constantes por los errores que surjan. El error hay que tomarlo como algo positivo porque significa que se está intentando e intentarlo implica avanzar. Cuando suceden se debe analizar la causa y poner las soluciones pertinentes.
– Participación. Se apuesta por construir un liderazgo compartido fundamentado en la cultura de la participación, esto significa crear condiciones de participación y creer en el trabajo en equipo como estrategia que produce sinergias. Supone implicar a la comunidad educativa.
Un director debe ser tolerante y condescendiente con los errores. Cuando suceden se debe analizar la causa y poner las soluciones pertinentes
En conclusión, un buen líder no tiene por qué ocupar un cargo directivo pero debe tener ciertas capacidades técnicas, habilidades comunicativas, capacidad de gestionar conflictos y entrega total a la misión. Y lo más importante, debe dedicar atención personalizada a cada miembro del equipo y sacar lo mejor de cada uno de ellos haciéndoles crecer.
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