Básicamente porque entrenamos en ellos tanto nuestras futuras destrezas como deficiencias, y lo hacemos de manera consciente e inconsciente. Son nuestras canchas de entrenamiento. Churchill decía: “We shape our buildings; thereafter they shape us” que, traducido a nuestro idioma, quiere decir: “Damos forma a nuestros edificios, luego ellos nos dan forma a nosotros”.
Así es. Pensemos por un instante en nuestras viviendas o ‘Maneras de vivir’ en alusión a la canción de Rosendo. Comemos en el comedor, nos bañamos en el baño, dormimos en el dormitorio… La manera de habitar nuestros espacios define el modo de comportarnos y ello, a su vez, define nuestros espacios. Es un círculo vicioso: habitamos espacios pre diseñados que determinan nuestra manera de comportarnos y, al mismo tiempo, seguimos diseñando hábitats que condicionan nuestras ‘maneras de vivir’.
En los espacios de aprendizaje ocurre lo mismo, porque entrenamos de manera inconsciente habilidades y deficiencias resultado de necesidades de otro tiempo. Lo
hacemos sin reflexión y no jugamos la carta del espacio a nuestro favor para potenciar las habilidades que queremos desarrollar; tampoco diseñamos el espacio de manera estratégica para prevenir aquellas situaciones que queremos evitar.
Relación docente-alumno
No nos damos cuenta que habitamos espacios que condicionan nuestro aprendizaje y tampoco somos conscientes de la necesidad de salir de estos espacios para entrenar nuevas dinámicas, relaciones, habilidades… Pongamos un ejemplo a este trabalenguas.
En los espacios de aprendizaje tradicionales los lugares de relación entre profesores y alumnos se encuentran alejados. Esta estrategia, pre determinada o no, define ya desde un origen, las reglas del juego en la relación docentes-estudiantes. Aunque esto no quita para que esta relación sea excelente, no se puede negar que la primera decisión estratégica espacial lleva implícita una separación entre ambos mundos.
Imaginemos una sala de profesores ubicada con toda intención entre dos aulas con tabiques de vidrio entre ellas. Ahora, reflexionemos a cerca de las futuras relaciones entre estos alumnos y profesores que van a verse trabajar de manera mutua, constante y diaria. ¿Habría incidencia en el aprendizaje de ambos? La respuesta es obvia, sí.
Cuidado, no estamos dando soluciones con fórmulas magistrales sobre lo que hay que hacer o lo que no, estamos respondiendo a la pregunta sobre si esta nueva disposición estratégica de piezas incidiría o no en el aprendizaje de todos porque no solo aprende el alumnado. La respuesta es sí porque la disposición estratégica de las piezas, así como las características de los límites que las acotan (en este caso el vidrio), definen un nuevo campo de entrenamiento, un nuevo juego y unas nuevas reglas. En este caso los alumnos entrenarían, sin darse cuenta, las mismas destrezas que observen en sus profesores; entre otras y, gracias a sus neuronas espejo, su forma de trabajar tanto en grupo como de manera individual.
Los docentes entrenarían, por otra parte, la observación del desempeño de sus estudiantes al mismo tiempo que se convertirían en modelos de comportamiento y trabajo al ser observados. Un aprendizaje constante, diario y mudo. Un entrenamiento. En definitiva, no se trata de acertar, sino de conocer la incidencia del espacio sobre las personas y el aprendizaje para utilizarlo a nuestro favor.
Josu Iriarte es arquitecto y socio co-fundador de The Learning Spaces.
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