Se muestra crítica con las políticas que rodean a los libros de texto y es una firme defensora de “elegir modelos que eduquen personas de su tiempo y capaces de articular los tiempos con tecnología”. Linda Castañeda, profesora del Departamento de Didáctica y organización Escolar de la Universidad de Murcia, opina sobre la misión del profesor, hacia dónde debe evolucionar la educación y el futuro de la tecnología educativa.
¿Hasta qué punto es importante combinar el aprendizaje formal, informal y no formal?
Creo que los tres están inherentemente combinados en cualquier contexto educativo, por lo que lo importante es hacerlo aflorar, darle valor, y en eso tenemos retos muy serios en el ámbito de la enseñanza universitaria. Seguramente no se trata de explicitarlos y medirlos al punto de formalizarlos, pero si queremos hacer aprendices emancipados, que sepan encontrar y sacar el mejor provecho de todas las oportunidades de aprendizaje que les rodean, es imprescindible que demos valor a todo aquello que configura el entorno de aprendizaje de los estudiantes.
Además, si queremos que alguien viva una profesión y que pueda ser un profesional competente —es decir, que sea capaz de poner en marcha acciones útiles y basadas en una toma de decisiones adecuada y fundamentada en contextos concretos—, tiene que ser alguien que conozca y se mueva en una comunidad profesional relevante, que tenga unas fuentes de información permanentes que le permitan mantenerse al día, que sea proactivo en la búsqueda y análisis… En definitiva, alguien que sepa gestionar y usar eficientemente su Entorno Personal de Aprendizaje —más conocidos como PLE, por sus siglas en inglés—. Y el germen de todo eso, que son procesos no formales e informales, debería estar en la universidad.
“Un docente es mucho más que alguien que sabe leer un libro del profesor y corregir las respuestas de un examen”
Ha mostrado en varias ocasiones su desacuerdo con los libros de texto, ¿cuáles son los motivos?
No se trata de los libros de texto en sí, sino de las políticas que los rodean y las prácticas que sostienen su implementación en las aulas. Para empezar, considero que el uso generalizado de un mismo libro o una única fuente en una clase, e independientemente del nivel que sea, es un modelo de educación que no es propio de una sociedad hiperdotada de información y donde el mayor problema no es cómo transmitirla, sino aprender a entenderla, manejarla y recrearla con eficiencia.
Creo que la omnipresencia masiva de los libros de texto escolar (no sólo en papel) ha amparado la desprofesionalización de muchos docentes que prefieren confiar en el criterio de la editorial para la transmisión uniforme de una secuencia didáctica única, raras veces puesta en duda y que muy seguramente no se acerca a las necesidades de casi ninguno de sus estudiantes. Considero que un docente es mucho más que alguien que sabe leer un libro del profesor y corregir las respuestas de un examen. No podemos pedir alumnos críticos cuando les damos eso. Y todo ello, además, teniendo en cuenta el crecimiento de su precio, el gasto que suponen y mientras disminuye la inversión para recursos escolares o en formación de docentes, en conexión a Internet…
Entonces, ¿cuál es la misión del docente?
Si lo vemos desde un punto de vista crítico, cada vez deberíamos ser más conscientes de que nuestra misión no es ayudar a nuestros estudiantes a adquirir contenidos, sino a desarrollar competencias; así, los alumnos deben ser capaces de poner en marcha —y llevar a cabo—, en el contexto que sea preciso, acciones útiles y éticamente deseables. Y, para desarrollar esas competencias, hacen falta propuestas didácticas muy complejas que, desafortunadamente, no creo que sean las que se contemplan en la mayoría de los libros de texto escolar al uso.
Sinceramente, creo que la cantidad de fuentes de información es tan abrumadora que es normal que los profesores deban hacer selecciones previas para adecuar el nivel de las lecturas de los alumnos, pero eso no creo que equivalga a que la elección la haga una editorial y valga para todos. No me importaría que en cada aula hubiese una biblioteca escolar donde estuviera un ejemplar de cada uno de los libros de texto de diversas editoriales para su consulta, de la misma forma en que debería estar Internet. Se trata de aprovechar todas las fuentes a nuestra disposición para acceder con ellas a contenidos de otros docentes, o incluso elaborados por otros estudiantes, que puedan resultar interesantes para hacer más rica la experiencia de aprendizaje de la clase.
“Hoy día, ni el conocimiento es tan inmutable como antes, ni se mueve por los mismos cauces, ni la información es escasa…”
En su opinión, por tanto, ¿hacia dónde deben evolucionar docentes y educación?
El modelo educativo que reclama la sociedad en la que vivimos ha cambiado radicalmente: ni el conocimiento es tan inmutable como era, ni se mueve por los mismos cauces, ni la información es escasa… Ya no es necesario aprender lo de antes. Ahora se necesitan apuestas metodológicas centradas en el estudiante. En este marco, creer que un manual centrado en contenidos puede resolverlo todo durante un curso escolar y sobre todo un campo de conocimiento es digamos que ingenuo, cuando no, irresponsable.
Creo que debemos empezar a pensar menos en de dónde sacar los contenidos que van a estudiar los estudiantes y más en poner en marcha experiencias de aprendizaje en las que usemos todas las fuentes de información, los recursos y las herramientas de creación y colaboración que tengamos a nuestro alcance —lo que incluye libros, materiales de otros docentes, recursos abiertos en red, etcétera— y que consideremos los más adecuados para las necesidades de nuestras aulas. Apuestas ricas y enriquecedoras, de las que todos saquemos provecho intelectual y de las que aprendamos que el conocimiento es algo dinámico.
Gran parte de su investigación se ha centrado en el estudio del impacto de las redes sociales en la educación. ¿Cuál es su mayor aportación?
La humanidad siempre se ha apoyado en redes de personas, habitualmente cercanas, para aprender y para adaptarse mejor a su contexto. Pues bien, las TIC nos han regalado la inmensa posibilidad de hacer esas redes sociales evidentes, explícitas y además globales. Así, los lazos que nos acercan y nos conectan con otras personas que nos enriquecen superan las barreras del espacio y tiempo tradicionales, y nos permiten acceder a una inmensa ‘tribu’ que amplía nuestra perspectiva y multiplica nuestras posibilidades de interactuar.
¿Y su mayor reto?
Precisamente esa ampliación vertiginosa de nuestro contexto de relación exige una conciencia nueva sobre dónde estamos, qué hacemos, cómo funcionamos y qué añadimos en las redes. Eso implica un mayor y más cuidado trabajo en el desarrollo de nuestra identidad digital —o mejor dicho, de la nuestra en este mundo digitalizado— y la de nuestros estudiantes, además, cómo no, de un replanteamiento sobre la enseñanza y el aprendizaje.
Siendo las fuentes múltiples, variadas y provenientes de contextos tan distintos es vital trabajar con modelos educativos que desarrollen el pensamiento crítico y el trabajo en colaboración y que opten, finalmente, por la formación de un aprendiz autorregulado y autodirigido.
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