Doctor en Educación, Máster en Investigación e Innovación en Educación Infantil y Educación Primaria, maestro de Educación Primaria e investigador de la Universidad de Murcia, Raúl Céspedes Ventura, reflexiona en este artículo sobre la evolución que debería seguir la educación para una innovación eficaz. En su opinión, es imprescindible primero investigar para no realizar un cambio sin base ni sentido.
Vivimos en una época caracterizada por el cambio, un fenómeno que define nuestra sociedad al igual que lo hace la información, la tecnología o el conocimiento. Sin embargo, hay que puntualizar que ese cambio es recurrente y, aunque parezca que es el momento perfecto para evolucionar, precisamente lo que nos envuelve es un entorno inestable de constante generación de información y proliferación descontrolada de propuestas de mejora. Hoy todo el mundo se apunta al cambio: youtubers con aspiraciones de influencers que dan consejos sobre cómo introducir la innovación en el aula o bloggers que se convierten en expertos en Aprendizaje Basado en Proyectos, Flipped Classroom o cualquier otro movimiento educativo o tuiteros con hashtags ingeniosos que hacen correr como la pólvora asuntos como la insufrible temperatura en las aulas, el bullying o el estrés del profesorado.
Aunque parezca que es el momento perfecto para evolucionar, lo que nos envuelve es un entorno inestable constante generación de información
Este entorno afecta de lleno a nuestra educación, que en términos del psicólogo estadounidense Urie Bronfenbrenner se considera un ecosistema en el que organismos vivos interdependientes (alumnos, docentes, administradores y políticos) comparten el mismo hábitat intelectual, formativo o educativo, formal o informal. Innovar, en mi opinión, requiere analizar ese ecosistema educativo en profundidad y establecer estrategias y acciones encaminadas a mejorar. Pero ¿qué mejora, por ejemplo, introducir una metodología que, aun siendo muy vistosa y altamente atractiva para las redes sociales, multiplica el trabajo de los profesores y no produce aprendizajes evidentes en un porcentaje considerable de los alumnos?
Cuando se le pregunta a los docentes por los aspectos a mejorar en la educación, estos apuntan a la enseñanza tradicional y la dependencia al libro de texto; los horarios estancos que no posibilitan la realización de proyectos; la falta de tiempo para poder organizar actividades centradas en el alumno; la cantidad excesiva de contenidos en el currículo; la falta de coordinación entre niveles y etapas; la falta de formación del profesorado en materia de innovación y la falta de consenso entre el colectivo docente sobre el enfoque de cualquier innovación. Todos estos factores en conjunto tienen sentido si consideramos la escena educativa como el complejo ecosistema que propone Bronfenbrenner, no podemos eliminar el libro de texto y el estilo de enseñanza tradicional porque es lo que funciona con el actual sistema, el currículo, la organización y diría que hasta con la arquitectura de centros y aulas. Todo esto forma parte de un engranaje perfecto depurado en el tiempo.
Los centros deben tomar el control para poder realizar proyectos reales, globales, no encorsetados por un currículum cerrado y asfixiante
Los centros deben tomar el control para poder realizar proyectos reales, no encorsetados por un currículum cerrado y asfixiante. Para ello, debe haber un planteamiento que respalde esa capacidad y libertad de actuación, y que a su vez esté respaldado por evidencias de investigaciones realizadas tanto por agentes externos como por los propios centros. Es un objetivo bastante alto, que se presenta como una alternativa a la negligencia que se observa en las aulas. Seguramente pensáis que introducir, por ejemplo, la realidad aumentada en el aula no perjudica a los alumnos, pero ¿y si utilizo solo unas tabletas y la participación de alguno de mis alumnos es mínima o prácticamente nula?
Debemos abandonar la idea del cambio y unirnos a la de la investigación, ya que el cambio vendrá como consecuencia, de forma natural. Los centros deben tener la capacidad de reclutar a docentes con ideas comunes, que puedan trabajar en equipo, aportando cada uno su especialidad. Personalmente, abogo por una evolución, no por una revolución. Para ello propongo un cambio natural que debe surgir de la transformación de la mentalidad del profesorado. Los docentes deben coger fuerza y dotar de rigor, eficiencia y eficacia su práctica en el aula para lograr los objetivos al máximo rendimiento, con el mínimo esfuerzo y uso de recursos, sin quemarse, guiando de manera activa el curso de la evolución educativa, es decir, no dejando que las cosas pasen solas pero tampoco forzando el cambio. Lo que propongo es una evolución activa de la educación.
Hay que repensar y calmar un poco esta vorágine de innovación que nos rodea y aplicar una buena dosis de actitud crítica
Solo con una programación y planificación real, sin fugas pedagógicas, con acciones basadas en evidencias científicas y una buena evaluación podremos detectar las verdaderas necesidades y por tanto demandarlas al resto del ecosistema educativo. Hay que repensar y calmar un poco esta vorágine de innovación que nos rodea hoy en día, aplicar una buena dosis de actitud crítica, dar paz y tranquilidad a los docentes y valorar su capacitación, experiencia, potencial y ganas de trabajar, al fin y al cabo como ya dijo hace veinticinco siglos Platón: “La educación de los niños es algo tan importante que no puede ser confiado a cualquiera”. Oiga, no somos cualquiera, somos docentes.
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